sábado, 24 de septiembre de 2011

TIM, GUAU Y RESUELLO

La mañana del 26 de febrero de este mismo año, en un día encapotado y de nieve fundiéndose en charcos de agua sucia, por efecto de la creciente afluencia de viandantes y tráfico rodado, un perro, un gato y una zarigüeya llamados, respectivamente, Tim, Guau y Resuello por cortesía o capricho de sus propietarios, se reunieron en el bar de la esquina, con el propósito de discutir cuál de los tres sería, llegado el caso, mejor amante -o mejor y más conveniente compañía-, para una ratita movediza, pizpireta e indiscutiblemente sexy que merodeaba por el barrio de unos días a esta parte.
Obviamente, y antes que nada, acordaron hablar tan larga y pacientemente como fuera necesario, para que así cada uno pudiera exponer sus argumentos y razones, de tal modo que todos pudieran hacerse idea cabal de la situación en su conjunto, y atendiendo los particulares. Sin obviar ningún punto de vista, sin discriminar un ángulo, por marginal que pudiera parecer. Este planteamiento de inicio, se inspiraba en las buenas intenciones con que todos acudieron a la cita, en la medida en que delata que todos confiaban en que, con este proceder, alguno de los tres rivales se decantaría -llevado por el buen juicio y después de sopesar los pros y los contras- por la idoneidad de uno de los otros dos, y en detrimento –sea dicho- de los propios intereses, permitiéndoles resolver la cuestión en una primera ronda de votaciones. Tim pensó en argüir que fue el primero en verla. Pero eso era algo que, sin ningún género de dudas, Guau se tomaría como un terrible agravio, herido en su orgullo de cazador diligente e implacable. Entonces el argumento bien podría volvérsele en su contra y, irreversiblemente, perdería su simpatía y, con ella, todo probabilidad de ganarlo para su causa, llegado el momento decisivo. Un asunto generó singular polémica y fue lo primero que les permitió adivinar que no encontrarían fácil solución: estuvieron largo rato enfrascados en la evaluación de la seguridad de la ratita. Pero si Guau se relamía los bigotes era sólo por un acto reflejo característico de todos los de su especie, y el gesto no guardaba relación alguna con la interesada, porfió. Aquí fue donde Resuello intervino por primera vez. Quiso sacar a colación y traer a la memoria la autoridad de los clásicos y mencionó a Esopo (aunque en honor a la verdad, la fábula de la rana y el escorpión es de autoría dudosa y aún fuente de disputas erúditas). Resuello se había mostrado tímido hasta el momento y en justicia a los hechos, puedo avanzar que, con todo, y después de unos pocos intentos fallidos de mostrarse resuelto y, por momentos, lucir donaire bravucón, su actitud disimulada remitió pronto, porqué, como es bien sabido, resulta muy difícil de oponerse a la naturaleza de carácter que a cada cual gobierna. Sin embargo, todos reconocían que eso era parte de su encanto. Su fragilidad y cortesía, pudieran perfectamente ser aliados en la última curva, si pasaban las horas y las horas al mismo y fatigoso ritmo con que la nieve volvía a caer y insistentemente caer, más allá de las cortinas corridas del reservado donde se aposentaron para no ser molestados por nadie.
Caía la nieve mansamente, y ellos continuaron así horas y horas, y whisky tras whisky. Al anochecer, llevados por el desánimo, el agotamiento y los excesos etílicos, habían probado con toda suerte de método: lo habían intentado a los dados, habían lanzado monedas al aire –aunque por voluntad de la aritmética en ningún momento se pusieron de acuerdo sobre la justa organización de las fases clasificatorias del certamen-. Lo intentaron, incluso, abriendo la votación a los otros clientes del bar –teniendo, entonces, que replantear y volver sobre los acuerdos, bases y estatutos que habían ido consolidando a lo largo de los lentos minutos en disputa y alerta- pero siempre aparecía una descuerdo, una objeción, algún matiz nuevo que, en opinión de alguno, invalidaba la tentativa.
Probablemente, aquella insistencia en encontrar una solución de consenso que satisficiera todas las partes, o al menos, mitigara el fracaso de los dos que inevitablemente serían desechados, obedecía a que les había tocado vivir en tiempos que transcurrían amables. Sí, sin duda aquellos eran tiempos amables de mimos, caricias y galletas dietéticas para mascotas, cuando no chucherías de formas insospechadas y atractivos colores y aromas que eran la envidia de los niños de la casa. Pero recientemente algo estaba cambiando, y no era necesario retroceder demasiado en el tiempo para recuperar la memoria de días en que no se discutía que, al caer la noche y al caer la nieve, y la noche otra vez, las más bellas sonreían al más fiero de los vencedores. Aquella noche cerraron el bar. Justo cuando casi el día empezaba a ganarle esquinas a la noche, salieron por la puerta –no sin dificultad y después de apartar la nieve que la taponaba- abrazados y borrachos. Así deambularon un rato más. Aún y tambaleándose de un lado a otro de la calle, se resarcían de los tropiezos sin soltarse, y al levantar cabeza, casi espontáneamente, en un resuello recóndito encontraban fuerzas para empezar cantar fragmentos de canciones regionales, de zarzuelas o de habaneras que no terminaban nunca, ya fuera porqué desconocían el final, o lo olvidarán al momento o porque otra irrumpía en su memoria sin darles tiempo de terminar la primera. De esta manera, avanzaban hacía el alba con esa camaradería tan propia de los que se pertenecen mutuamente. Aun y su aspecto fantasmal y astroso, era un gozo verlos en tal comunión. Irradiaba su satisfacción, la hermandad que les confería el consenso, haber dado con la solución después de vencer las dudas, las ambigüedades, las aceptadas desconfianzas. Avanzaban juntos con su definitiva y trágica solución apoyada en la confirmación que uno a otro se prestaban. Todo quedo concertado para ese mismo amanecer ya tan cercano. Justo a la salida del sol, en el callejón y para la cuál acordaron abolir cualquier norma, regla o fineza. Tan hartos y exangües estaban ya de tanta humillación bienhechora.

viernes, 29 de octubre de 2010

CORRESPONDENCIA A ANTEA (canció del empleado de regreso)

No fue una noche muy distinta a ésta.
Y claro, Barcelona, la canalla,
rodaba a su ritmo habitual, con
la misma complicidad ausente
de quienes prometen
que no te van a pedir nada.

Ya, ya sé,no es habitual, pero
hay días –y noches, más que nada-
en que a la vuelta del trabajo
y a la vuelta de la esquina –más que nada-
te espera la Gracia –que no es virtud cualquiera-
con su insufrible olor agreste y arrabal,
para avivarte, carbonilla, avivarte
con la lentitud de una consciencia
detenida en la luz de una luciérnaga
o el abrazo, lo sé, que no diste tu tampoco.

Suelen, estas noches, pasar inadvertidas.

Más de repente, se afianzan.
Con la presencia indiscutida
del rayo; lo mismo
que un respirar tras la carrera.
Y entonces, niña hermosa, todo
es nada
si tu cabeza no descansa
sobre mi brazo desleal.

Suelen, estas noches, no avisar.

Se presentan de improviso.
Aún, entre Aragón y la Gran Vía,
las manos al volante y las luces circundantes
saeteando el interior
con la misma indiferencia que una nota
incumplida en la agenda de trabajo.

Luego, aún, calle abajo,
en Muntaner, adolescentes
aupados en avispas sin retrovisor
revolotearán alrededor
y se lanzarán
hacia el mar y el teleféric.

Y ya en breve, sus ansias,
-las perneras remangadas y los pies
bailando el agua- serán benévolamente apaciguadas,
mientras tu,
niña diosa,
descansarás sobre mi brazo desleal.

Y es que no avisan, las noches gráciles.

CORRESPONDENCIA A ANTEA (otra vuelta de tuerca sobra annabel lee)

O el amor a base de plagios.

Con la excitación del ornitólogo ante el vuelo de unas aves migratorias, con la sabiduría del libertino frente a unos muslos abiertos, la furia del hincha en una tarde de derrota, como "patufet" bajo la col, así vengo cada tarde a visitarte, niña diosa, en la esquina con balcón a la otra orilla.
Antea, niña atlántica. Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía -dijo Nabokov de su Lolita. An-te-a: vuestro nombre se desliza como un niño patinando un lago helado en el borde del mundo. An-te-a, la lengua emprende un viaje de tres pasos, del borde del paladar para apoyarse, en el segundo, en el borde de los dientes, y acabar, descansada, en un mullido sofá. An-te-a. Ese es su nombre. Algunos cuentan que le cayó a la diosa el nombre al suelo. De lo alto del olimpo resbaló y, en la caída, en tres añicos quedó, trastabillado. Una n se perdió. Ella, indolente pero generosa, dispuso en aquel día un juego sin fin. Su nombre como un puzzle a los humanos prestó. Pero una n se perdió. Andan los hombres ocupados. Probando mil variaciones, conjeturas mil para las piezas encajar. Pero una n se perdió. Mil ángulos convexos. Tres esquinas como tres sílabas, pero la n se perdió. Tres sílabas contienen el mundo, pero se deslizan en la lengua como un patinador en el borde del universo. Antea, niña diosa, finísimo recorte de nieve en la hora caliente. Verde aceituna, ojos salados. An-te-a.
Mientras tanto, el niño arquero disparó. Desde el Olimpo pueden ver como dobla la saeta el hemisferio y ya apunta justo en el centro de la espalda. Una n se mudó.

PARA DORMIR

¿En qué tediosa tarde
planeamos, por vez primera,
no volver a ser los mismos?

La ensenada a braza no fue
para ti
ningún problema infranqueable.

Esta noche
cenaré algo –enemigo como soy
de la mesa austera-.
Trabajaré, pensaré en ti,
y leeré algo-
breve,
humilde
y austero
como un plato de sardinas junto al mar-
que me ayude a dormir.

PISCINAS

“…ese tipo de historias que podrían empezar con un cadáver dentro de la piscina. Porque en esta historia hay una piscina, lo sé porque cada día ella se baña más o menos a la misma hora. En este momento, ya ha salido del agua y se siente mejor que al despertar. Habrá nadado no menos de cinco series de largos compuestos cada uno por una piscina a braza, por cada dos de crol y cuatro de espaldas. Escrupulosa con lo que le prescribieron en la clínica. En cualquier caso, a esta hora, ya habrá subido al coche, así que no hay cadáver flotando en la piscina.Si en lugar de estar hablando conmigo, esto fuera un guión cinematográfico en manos de mi marido, no le quepa la menor duda de que no habría sabido resistirse. Lo justificaría hablándole de El crepúsculo de los dioses y mezclaría palabrejas y cursilerías del tipo “homenaje”, “intertexto” o “clásicos modernos”. Todo con tal de acabar falseando la historia y, finalmente, arruinarla. Pero así es como suele ser. Eso suelen hacer los hombres con las mujeres…”