viernes, 29 de octubre de 2010

CORRESPONDENCIA A ANTEA (otra vuelta de tuerca sobra annabel lee)

O el amor a base de plagios.

Con la excitación del ornitólogo ante el vuelo de unas aves migratorias, con la sabiduría del libertino frente a unos muslos abiertos, la furia del hincha en una tarde de derrota, como "patufet" bajo la col, así vengo cada tarde a visitarte, niña diosa, en la esquina con balcón a la otra orilla.
Antea, niña atlántica. Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía -dijo Nabokov de su Lolita. An-te-a: vuestro nombre se desliza como un niño patinando un lago helado en el borde del mundo. An-te-a, la lengua emprende un viaje de tres pasos, del borde del paladar para apoyarse, en el segundo, en el borde de los dientes, y acabar, descansada, en un mullido sofá. An-te-a. Ese es su nombre. Algunos cuentan que le cayó a la diosa el nombre al suelo. De lo alto del olimpo resbaló y, en la caída, en tres añicos quedó, trastabillado. Una n se perdió. Ella, indolente pero generosa, dispuso en aquel día un juego sin fin. Su nombre como un puzzle a los humanos prestó. Pero una n se perdió. Andan los hombres ocupados. Probando mil variaciones, conjeturas mil para las piezas encajar. Pero una n se perdió. Mil ángulos convexos. Tres esquinas como tres sílabas, pero la n se perdió. Tres sílabas contienen el mundo, pero se deslizan en la lengua como un patinador en el borde del universo. Antea, niña diosa, finísimo recorte de nieve en la hora caliente. Verde aceituna, ojos salados. An-te-a.
Mientras tanto, el niño arquero disparó. Desde el Olimpo pueden ver como dobla la saeta el hemisferio y ya apunta justo en el centro de la espalda. Una n se mudó.

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